¿Es posible pensar la práctica de la comunicación entre sujetos técnicos, partiendo del uso de un lenguaje universal? ¿La comunicación debe ser asumida como una práctica cuya finalidad es la analogía sin pérdidas?

Estás dos preguntas parten de un lugar simondoniano; es decir, están plenamente influenciadas por el pensamiento del filósofo de la tecnología Gilbert Simondon. En ellas, partimos de asumir que todo lo tecnológico es humano y que no hay una sola forma de lo humano; no hay tecnología sin lo humano y no existe lo humano sin una materialización técnica y tecnológica. Esto nos invita a salir de los lugares comunes que hablan de una «deshumanización» y nos llevan a tomar el lugar de la responsabilidad a partir de asumir una relación crítica con las máquinas y sus sistemas. Asimismo, nos lleva a abandonar la falsa noción de la neutralidad técnica. Nos insta a dejar el lugar de usuario para convertirnos en voluntades que realizan la operación de la tercera máquina. Simondon habla de tres máquinas: 1) la máquina que nos imaginamos, 2) la máquina que construimos y 3) la máquina que existe a partir del uso. En esta propuesta se sintetiza el concepto de la transductividad y la operación allagmática; en los cuales no ahondaremos por el momento.

Una vez que hemos dejado de ser consumidores y/o productores  – ambas figuras tiene lugar en una estructura comunicativa que sirve a los fines y no a los procesos– podemos convertirnos en sujetos técnicos; es decir, ser potencia de invención en términos nietzscheanos. Lo anterior nos permitirá mover el concepto de información del proceso analógico a la operación allagmática. No hay información más o menos importante, sino que toda experiencia desencadena procesos que resignifican los sistemas con los que comprendemos el mundo, creando sistemas metaestables que pueden ser resignificados en el próximo encuentro con el otro. Es desde este lugar que considero relevante la práctica de la discusión pública de lo tecnológico, y lo hago en los siguientes términos:

a) No toda tecnología es tecnocientífica

Si bien con la Posguerra se construyó la idea de la tecnología como el resultado del trabajo multidisciplinario entre los físicos y los ingenieros; es decir, el «descubrimiento» de las leyes de la naturaleza por la ciencia básica y su posterior aplicación para la innovación por la ingeniería. Esta narrativa afianzó en el inconsciente colectivo dicotomías como atraso-civilizado, estancamiento-progreso, campo-ciudad, entre otras. Pensar a la tecnología dentro de un sistema eurocéntrico ilustrado implica asumir que el conocimiento sólo es posible en el modelo epistémico occidental; como consecuencia, no hay conocimiento o tecnología fuera de las metodologías o prácticas del clúster, la universidad o el laboratorio. Además, se crea la división entre legos y expertos, siendo estos últimos los capacitados para tomar las decisiones sobre el sostenimiento de la vida, ya sea a través de políticas ambientales, educativas, de salud, de alimentación, de reproducción de la vida, etcétera.

En este sentido, es importante repensar la noción de tecnología al margen de las prácticas tecnocientíficas heredadas de la carrera por la innovación y los fines belicistas que persiguen el poder en todas sus formas. Partir de lo tecnológico como una forma de hacer, y que ésta a su vez implica que es posible disponer de manera distinta la vida, la relación con los otros vivientes y la relación con los objetos técnicos. Repensar la noción de tecnología permitirá por ejemplo, no pensar en las prácticas ancestrales como una serie de formas de hacer detenidas en el tiempo; nos permitirá salir de lugares comunes, como aquel que asume que se debe conservar lo ancestral al margen de lo moderno; o bien, que no es posible «hacer la revolución» con iPhone, cualesquier cosa que se asuma como revolucionario; entre otras.

b) No toda comunicación es marketing y el marketing no es sinónimo de publicidad

Los abordajes anglosajones han colocado a los estudios de medios (media studies) como la forma de aproximación adecuada a la relación con los dispositivos y artefactos que reproducen mensajes. El efecto de pensar las relaciones de comunicación «mediadas» por una tecnología (sea ésta la imprenta, la radio, la televisión, el cine o El Internet) a modo de manual dan lugar a una pobreza de experiencia en la relación con dichos artefactos y dispositivos. Convierten al encuentro con el otro en una experiencia que puede ser medible, vendible, automatizada y sistematizada que busca deshacerse de la singularidad. Nos dice que la oralidad está contenida en la escritura y la escritura en la prensa o el libro, y eso es falso, toda vez que las tecnologías de la palabra si bien se relacionan, no se implican.

Así, hemos creído que lo que es público debe estar sometido a los procesos del marketing. Traducimos como publicidad los procesos del marketing; pensamos que se trata de poner en palabras del vulgo, buscar los colores correctos, construir el estereotipo adecuado, buscar al líder de opinión más simpático, hacernos la mejor fotografía, crear slogans, hacer propaganda política. ¿En qué momento asumimos que la discusión pública es vender ideas y no discutirlas? La discusión pública de lo tecnológico no puede asumir que hay ciudadanos de primera y de segunda, que hay ciudadanías que no han alcanzado ni alcanzarán la mayoría de edad, o que las experiencias civilizatorias deben aspirar a una homogeneidad de la experiencia y los referentes.

c) Contra el aceleracionismo y la homogeneización tecnológica 

La comunicación no debe partir de una noción eurocéntrica de lo civilizado, tampoco puede ser teleológica, sino una conversación constante de un presente que se construye desde los problemas. Eso implica no asumir discursos vacíos que exigen más apoyo a la ciencia y que no se preocupan por qué tipo de ciencia tendríamos que apostar, que no problematizan una práctica científica situada. La comunicación tampoco puede asumir que el abatimiento de la brecha tecnológica es el lugar idóneo; para comenzar es un lugar inalcanzable que nos sitúa en una perpetua desventaja, ya que está construido desde la narrativa de los países del primer mundo, en vías de desarrollo y el tercer mundo; no existe una libre competencia equitativa. La equidad también implica que los países latinoamericanos son alteridad, por lo tanto, sus prácticas tecnológicas deben pensarse desde ese lugar.

Radicalización

¿Es posible construir un mundo distinto sobre el mismo esqueleto neoliberal? Las palabras importan, también importa quién las define, desde dónde y con qué fines. Hay una enorme responsabilidad en el uso de la palabra; ésta no se hace feminista o se descoloniza sólo con nombrar los conceptos como si de hechizos se tratara; la teoría crítica no es el uso de conceptos, sino el uso de sus herramientas para crear modos de conversación. Por ejemplo, el terrorista ha sido construido desde occidente, por los estadounidenses para ser precisos; el terrorista tiene un color de piel, una fisonomía, ciertos gustos y prácticas, un origen, etcétera.

¿Quién o quiénes han construido el concepto de radical? Es posible que algunos casos requieran quemarlo todo para comenzar algo completamente distinto, o es posible que podamos utilizar los elementos de un modo distinto, en una estructura diferente y desde un lugar de mi relación con el otro completamente distinta. Si quien nombra lo hace desde el privilegio, ¿cuáles pueden ser los efectos de ese nombrar para quienes han sobrevivido lejos del privilegio? ¿Es la academia occidental el mejor lugar para dar nombre a la experiencia?

Mi propuesta es: escapar de las fórmulas, aprender a callarse, practicar la escucha, aborrecer la filantropía y dejar de recetar nuestros Grandes Hallazgos, compartirlos quizá, sin esperar convertirnos en la norma o la heroína del cuento rojillo.

 

María León M.

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